Época: Julio César
Inicio: Año 69 A. C.
Fin: Año 44 D.C.

Antecedente:
César, el dictador



Comentario

Tras ocho años de guerra ininterrumpida (58-51), cuyos detalles son universalmente conocidos gracias a sus propios Commentarii de bello Gallico, tan brillantes como parciales, César conquistó un territorio de más de medio millón de kilómetros cuadrados, con un escalofriante balance: 800 pueblos saqueados, grandes regiones devastadas, un tercio de la población masculina muerta, otro tercio esclavizado y un gigantesco tributo de cuarenta millones de sestercios. El saqueo de los santuarios, las contribuciones de guerra, el botín y las arbitrarias requisas pusieron en las manos de César un río de oro, que habría de servir para aumentar su prestigio, popularidad e influencia. Pero, sobre todo, tras sus victoriosas campañas contaba con un medio de poder sin precedentes en la historia romana: una máquina militar, entrenada y devota, con la que podía afrontar, sin miedo, cualquier coyuntura política.
Pero mientras César se encontraba en las Galias, Roma se ahogaba en una atmósfera política irrespirable. La debilitación del poder del Senado por obra de los triunviros había contribuido a la aparición de bandas armadas, que ofrecían sus servicios para controlar reuniones políticas o provocar disturbios en ellas o en la calle. Era Pompeyo, presente en Roma, quien más veía deteriorarse su prestigio e influencia, por lo que, utilizando como mediador a Cicerón, uno de los más prestigiosos representantes de la nobleza senatorial -los optimates-, intentó un acercamiento al Senado, que le proporcionó un poder proconsular (la curia annonae) de cinco años de duración, para dirigir el aprovisionamiento de trigo a la Urbe.

El encargo enfrió las relaciones entre los triunviros hasta el límite de la ruptura. Fue César, una vez más, quien cumplió el papel de mediador, consiguiendo la renovación de la alianza en Lucca, una localidad costera tirrena, en el año 56. Según sus términos, Pompeyo y Craso investirían el consulado del año 55 y a su término obtendrían un mando militar en Hispania y Siria, respectivamente. César, por su parte, lograba una prórroga en el mando de las Galias por el mismo periodo de tiempo.

El pacto quedaría muy pronto en entredicho por una serie de imponderables. Fue el primero la muerte de Julia y el siguiente matrimonio de Pompeyo con la hija de uno de los más encarnizados enemigos de César. Pero fue más grave todavía la muerte del tercer aliado, Craso, en Siria, en una inútil y descabellada campaña contra los partos (53 a.C.).

Mientras, en Roma, el Senado, falto de autoridad y sin un aparato de policía, se veía impotente para mantener el orden en las calles, sumidas en una atmósfera de terror y violencia política como consecuencia de la acción de bandas callejeras, como las de Clodio y Milón. Entre César y Pompeyo, los dos únicos personajes con autoridad y con medios reales de poder para reconducir la situación, el Senado optó por el mal menor y logró atraerse a Pompeyo, nombrándole único cónsul (cónsul sine collega).